Half a King, de Joe Abercrombie

Banda sonora de la reseña: Sugiero leer esta reseña escuchando Let It Go de la banda sonora de Frozen (SpotifyYoutube).

Del mismo infame, amargado y resentido blogger que nos trajo “No he podido terminar El nombre del viento y “No sé que le veis a Jagannath nos complace presentar… ¡un nuevo informe en minoría! Porque he leído Half a King, la nueva novela de Joe Abercrombie, y, muy en contra de la que parece ser la opinión mayoritaria, sólo puedo calificar la experiencia como decepcionante. Tremendamente decepcionante.

Antes de comenzar era perfectamente consciente de que Half a King es una novela dirigida al público juvenil. Pero después de disfrutar con La voz de las espadas y el resto de la trilogía de la que forma parte, me esperaba encontrar, al menos, varias de las características de la obra de Abercrombie: inteligencia, ironía, ambigüedad moral, capacidad para retorcer los tópicos, giros inesperados… No ha habido suerte.

Posiblemente lo peor de la novela es que no tiene ni un solo elemento original. Cuenten conmigo: zero, zip, nil. Ni un solo solo. La trama, especialmente, es un refrito de historias mil veces contadas. Un monomito campbelliano para dummies que podría perfectamente pasar como un guión de una producción de DreamWorks para venta directa en DVD si no fuera porque tiene también algunas escenas descartadas por Disney (estoy pensando, particularmente, en el sonrojante “encuentro” entre los prometidos). Una trama que, por si fuera poco, avanza a base de casualidades de lo más improbables y sin las que no podría haber historia de ningún tipo. Y no hablemos de las “revelaciones” y “giros” ni de ese final que hace que la obra se bambolee entre lo totalmente predecible y lo perfectamente incoherente.

Los personajes no son mucho mejores. Estereotipos con patas que se ven impulsados, en una suerte de movimiento browniano narrativo, por bandazos aleatorios que ahora los llevan a actuar de un modo para luego regresar al punto de partida sin solución de continuidad. Por no hablar del maniqueísmo y la simplista división entre buenos y malos, que se hace más chocante viniendo de un autor como Abercrombie. Se pierde aquí, además, el sentido coral de obras como La voz de las espadas en favor de una narración en tercera persona limitada que es… eso, limitada.

Quizá el único punto donde se deje vislumbrar un poco el estilo al que Abercrombie nos tiene acostumbrados es en la obsesión por plagar el texto de frases lapidarias. Pero ni eso funciona en esta ocasión. ¿Recordáis el “Nunca se tienen suficientes cuchillos” o el “Hallado cadáver flotando junto a los muelles…”? Pues ahora tendréis que conformaros con aforismos descafeinados, y repetidos hasta la saciedad, del estilo de “La muerte le llega a todo el mundo” o “Hay que elegir el mal menor” (o algo así; me niego a abrir de nuevo el libro para buscar las frases exactas). No me atrevo a afirmar que estas sentencias pudieran llegar a aparecer en un libro de Coelho, pero en un hipotético casting habrían luchado hasta el final.

Confieso que me vi tentando en muchas ocasiones con dejar el libro a medias y sólo lo terminé porque es relativamente corto. Afortunadamente, aunque el libro parece ser el comienzo de una trilogía, es perfectamente auto-contenido y no me parece necesario leer las siguientes entregas (no creo que lo hubiera hecho, aunque hubiera sido de otro modo). Algo es algo.

En resumen, un libro mediocre, poco original y terriblemente simplista en todos sus aspectos. Aunque, como ya me han pronosticado, es muy posible que me quede solo en esta valoración, creo que Abercrombie ha cometido el peor error en el que se puede caer al escribir para un público juvenil: subestimar la inteligencia de sus lectores y eliminar cualquier sutileza, cualquier complejidad, optando por lo manido, lo conocido y lo trillado. Con ello, al menos a mi entender, ha conseguido rebajar la calificación del libro de lo juvenil a casi lo infantil. Lo dicho: una gran decepción.

Nota: Esta reseña, procedente de Sense of Wonder, forma parte del Especial Celsius 232.

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