Reconozco que es muy difícil hacer un retelling de la mitología griega que suene original, llevamos siglos revisitando estas historias y es complicado no contar algo que ya hayamos visto. John Wiswell encima se decide por los mitos más conocidos, las doce pruebas de Hércules, que hemos visto narradas hasta la saciedad.
Si bien es cierto que su aproximación añade el toque moderno de la familia encontrada versus la familia biológica y cierto tono chistoso al principio con la relación entre Heracles y Hera, idolatrando a su mayor enemiga, la novela en general aporta poco al lector.
Los distintos puntos de vista intentan alterar un poco el ritmo para el lector, pero retorcer cada mito con animales para que Heracles vaya acompañado de su zoo particular es repetir en demasía un patrón que acaba resultando cansino. Y ese problema, la repetición, es el principal escollo para disfrutar de la lectura. Es que siempre estamos dándole vueltas a lo mismo, la culpabilidad de Heracles por el ataque de las furias, la culpabilidad de Hera por dejarse llevar por sus impulsos, la culpabilidad de las Furias por hacer caso a su propia naturaleza… Es todo lo mismo una y otra vez.
Además, la prosa tampoco es que esté muy refinada. Vale que Hera tiene una cornamenta que llega desde aquí hasta Lima, pero repetir tantísimas veces “my dipshit husband” no es que vaya a aportar mucho a la novela, más bien inciden en lo repetitiva que es, incidiendo aún más en su principal problema.
John Wiswell intenta humanizar al dios más humano, pero no lo consigue de una manera que sea atractiva para el lector. Esperaba algo más del ganador del premio Nebula, la verdad.