Aviso a navegantes, cualquier parecido que esperarais entre Station Eternity y Six Wakes NO EXISTE, no os hagáis ilusiones. Mientras que la novela finalista de premios tan prestigiosos como el Hugo, el Nébula y Philip K. Dick es un mecanismo de relojería imbuido en un misterio de habitación cerrada, la primera entrega de la saga The Midsolar Murders es una obra que no se toma en serio a sí misma, que se ríe de los deus ex machina y que solo quiere hacernos pasar un buen rato sin necesidad de calentarse la cabeza. Y como entretenimiento, funciona perfectamente.
La acción se sitúa en la homónima Station Eternity, la primera estación espacial alienígena a la que tienen acceso los humanos. Allí solo viven tres miembros de nuestra especie, el embajador, un militar MIA y la protagonista de la historia, Mallory Viridian, recluida por iniciativa propia en un lugar donde no haya humanos (al menos, no muchos) por su extraña capacidad: a su alrededor, no dejan de producirse asesinatos, que ella misma se encarga de resolver. Un poco Jessica Fletcher, pero rejuvenecida y pasada por un tamiz de ciencia ficción.
Lafferty da rienda suelta a su imaginación con las especies alienígenas que conviven en la estación. Desde piedras sintientes a colmenas de abejas, todos los extraterrestres poseen una capacidad de la que carecen los humanos: viven en simbiosis con otra especie. Este es el principal obstáculo que impide que nos vean como una especie digna de expandirse por las estrellas. La primera parte de la obra se centra más en presentarnos a los habitantes de la estación y las peculiaridades de cada uno, mientras que en la segunda parte ya entramos en materia respecto a la especialidad de Mallory, cuando llega un transporte repleto de humanos y pasa lo que tiene que pasar. El desmadre está asegurado y la trama, que parecía estar bastante contenida hasta el momento, nos lleva por derroteros totalmente inesperados, que incluyen mechas, conciertos de violín y abuelitas que se dedican a taponar fugas de aire en una estación espacial.
El tono de Station Eternity es ligero y un tanto absurdo, y hay que dejarse llevar por él, so pena de llevarse una gran decepción.

