La sinopsis de The Immesurable Heaven me llamó la atención desde el primer momento en que la vi, prometiendo una space opera con variadísimas especies alienígenas, realidades alternativas que florecen como flores tras una lluvia de mayo y un preciado mapa para saber cómo navegar por estos mundos. Just my cup of tea.
Quizá mis expectativas estaban demasiado altas, pero conforme iba avanzando la lectura me parecía que Caspar Geon había dejado que su imaginación para crear distintas criaturas corriera sin riendas pero que no fue capaz de formar una trama bien conectada que diera soporte a todo el despliegue pirotécnico de razas que interactúan en las páginas de su obra.
La idea de partida, con infinitos mundos entre los que se puede navegar pero solo en una dirección, ocupando cuerpos distintos que permiten investigar las riquezas y misterios de cada lugar es apasionante. Si a esto le añadimos la presencia de una amenaza que parece capaz de revertir las leyes de la física para volver de los mundos mas profundos y una raza de seres tan avanzados que viven en el corazón de las estrellas (los Throlken), sonaba apasionante. Pero, por desgracia, solo sonaba. Los conceptos con los que quiere jugar son fascinantes, pero la ejecución es demasiado plana.
Los personajes, de nombres bastante curiosos, no evolucionan a lo largo del libro. Y la extrañeza que cualquier lector esperaría encontrar en las relaciones entre una miríada de criaturas tan infinitamente distintas ni está ni se la espera, gracias al idioma universal impuesto por los Throlken. Si al menos hubiese una trama que sostuviera la historia, aunque los personajes no fueran muy carismáticos la novela tendría visos de salvación, pero es que tampoco es así, con lo que nos encontramos con un libro que cojea en muchos de los pilares que conforman una buena novela. Es por ello que no puedo recomendarla, a pesar de que me hubiera gustado.