El planeta de las mujeres, de Susana Arroyo

Susana Arroyo de Fata Libelli pone su particular granito de arena a este especial con un artículo sobre El hombre hembra que os animamos a leer.

Existe en literatura un viejo recurso para poner en evidencia todas las paradojas de la sociedad en que vivimos. Consiste en hacer viajar a nuestro mundo a un personaje proveniente de una cultura completamente extraña y dejarle cancha libre para expresar sus impresiones. Al ver nuestra sociedad contemplada a través de los ojos de un extranjero, salen rápidamente a la luz todas esas creencias que damos por asentadas día a día sin jamás plantearnos que son arbitrarias, todas esas costumbres que pensamos que son “lo normal” hasta que se nos dice que nadie más en el mundo conocido se comporta igual. Es la fórmula instantánea para el relativismo cultural que usan Montesquieu en sus Cartas persas o Cadalso en sus Cartas marruecas con el fin de burlarse de sus respectivas sociedades.

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Y es también uno de los más potentes recursos que Joanna Russ emplea en El hombre hembra (The Female Man, 1975) para poner en evidencia las contradicciones que viven las mujeres: el describir las impresiones que se lleva el miembro de una sociedad donde solo existe un sexo expuesto a las costumbres y expectativas de género de nuestro mundo. En este caso concreto, alguien que habiendo sido toda su vida una persona, sin más, visita un mundo donde se espera que se comporte y acepte ser tratada como una mujer.

Esto y mucho más se puede encontrar en esta novela, la más famosa de la escritora y académica Joanna Russ, una crítica literaria con apasionantes teorías sobre el estatuto de las mujeres en la historia de la literatura (How to suppress women’s writing), las diferencias esenciales de la ciencia ficción como género y tal vez de las primeras en tratar de forma seria la fanfiction (en su vertiente slash). En sus historias y novelas su faceta intelectual, política, feminista, lesbiana se conjuga con su narrativa para hacer que sus textos sean también panfletos sociales y experimentos literarios. No en vano, Samuel Delany la consideró, junto con Thomas Disch, la pionera de la experimentación de la New Wave estadounidense.

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La historia de El hombre hembra se fraguó en “When It Changed” (1972, brillante relato corto ganador de un Nebula), un cuento que plantea ya cómo serían los problemas y características de una sociedad exclusivamente femenina (y por ende lesbiana) huyendo de los habitualérrimos clichés de las salvajes vestidas con bikinis de piel o de las gatitas malvadas.

El hombre hembra fue acogida con premios y reconocimientos pero también con críticas a su planteamiento, a su estructura y a todo el aura de furibunda posmodernidad que la rodea. Joanna, Janet, Jeanine and Jael y son cuatro encarnaciones genéticamente idénticas de la misma mujer pero que habitan en mundos diferentes y que, por razones no reveladas hasta casi el final de la novela, acaban encontrándose y viajando a los mundos de las otras. Las cuatro mujeres, facetas de la propia autora, representan formas muy diferentes de entender el mundo y la realización personal: Joanna vive en los años setenta que conocemos, en el comienzo del movimiento feminista, y se siente insatisfecha con su rol de género; Jeannine procede de un mundo donde la Gran Depresión nunca acabó y las mujeres siguen teniendo papeles más tradicionales en la sociedad, de modo que el matrimonio aparece ante ella como la única forma de realización femenina; Janet viene de Whileaway, un mundo donde todos los hombres desaparecieron y donde las mujeres, gracias a la partenogénesis, llevan siglos construyendo una sociedad independiente, agraria y utópica; finalmente la radical Jael (cuyo personaje, aunque importante desde el principio, no es presentado hasta casi el final) procede de un mundo donde los hombres y las mujeres llevan cuarenta años de cruenta guerra.

 

La novela, estructurada en una especie de caja china con bruscos saltos intermedios, cambia del punto de vista de una protagonista a otra sin dejar a veces claro quién habla. Las escenas se entremezclan además con digresiones ensayísticas, con rabiosos párrafos sobre las contradicciones de lo que la sociedad espera de una mujer, todo ello regado con un tono humorístico e irónico rayano a veces en el puro absurdo (la fiesta a la que Joanna arrastra a Janet y esta sufre por primera vez los envites de la “galantería” es casi una pequeña obra de teatro del absurdo). Y es que además de ser un texto muy experimental en su estilo y estructura, El hombre hembra es también una novela comprometida, escrita con rabia, que no duda en explorar posiciones extremas y en poner a sus personajes en situaciones difíciles o incluso desagradables que no dejan indiferente al lector (las escenas de Jael con su hombre-objeto son especialmente perturbadoras y plantean cuáles son los límites a los que se está dispuesto a llegar por la liberación).

Ahora bien ¿cuál es el objetivo de este ir y venir de mundos y puntos de vista de un mismo personaje con cuatro facetas? Por una parte, un grito de rabia. Y por otra parte, una llamada a la acción. Y es que si las cuatro protagonistas, siendo genéticamente idénticas, son sin embargo tan diferentes y sus expectativas tan opuestas se debe a que sus respectivas culturas las han forjado así. Por lo tanto, no hay nada escrito en el destino de las mujeres, todo puede variar con el tiempo si logramos alterar la cultura que nos rodea.

Otro aspecto consustancial a la El hombre hembra, aunque tal vez menos traído a colación, es por supuesto su defensa del lesbianismo no solo como opción sexual sino (por si había dudas) como opción sexual plenamente satisfactoria. En la novela abunda el sexo explícito y una suerte de angustioso deseo contenido permea todas las páginas del libro. Y lo cierto es que más que ningún otro personaje de la novela, Janet, la mujer de Whileaway, parece encantada con su vida sexual.

 Mucho se ha hablado sobre si la novela sigue siendo relevante hoy en día o si sirve más bien como testimonio del feminismo de los setenta. Algunas de las situaciones de abuso flagrante descritas en la novela no se dan ya de forma explícita (en algunos países, claro) y el radicalismo de Russ parece desentonar con el relativismo y la moderación imperantes en buena parte de la crítica literaria actual. Sin embargo, no solo sigue valiendo la pena acercarse a El hombre hembra y a los ensayos de Russ por su calidad intelectual y valentía, sino porque el ejemplo de Janet, la alienígena que mira nuestro mundo sin entender nada, sigue siendo una forma infalible de detectar y burlarse de las contradicciones de nuestra vida.

 Y para que cunda el relativismo cultural, ahí va un corto.

Susana Arroyo

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