Questland

Tenía pendiente desde hace tiempo Questland de Carrie Vaughn, que promete diversión sin complicaciones en la enésima iteración de la idea de visitar un parque temático que se ha ido de madre, aunque esta vez cambiemos los dinosaurios por dragones, imagino que ya sabéis por dónde voy.

La protagonista de la historia es la doctora en literatura Addie Cox, superviviente de un tiroteo en el instituto y expareja de uno de los diseñadores principales de Insula Mirabilis, un resort turístico creado bajo el auspicio de un millonario megalomaníaco que aspira a ofertar a los interesados una aventura del rol medieval en vivo. Pero antes de ponerla en funcionamiento, sucede algo que la pone en cuarentena del mundo y se decide mandar a un equipo de mercenarios a investigar, “ayudados” (es un decir) por la doctora Cox, a la que se le presupone un gran conocimiento de la fantasía.

La premisa es muy tonta, pero al menos me esperaba que me divirtiera. Por desgracia no ha sido así, porque Questland es una acumulación de lugares comunes que a lo mejor le gusta a quien se entretenga en investigar todas las referencias, pero que a mí en ningún momento ha llegado a interesarme ni mucho menos engancharme (¡arañas!, ¡animales antropomórficos!, ¡elfos con orejitas puntiagudas!, ¡misiones secundarias!, ¡castillos!…). Que el primer reto sea descifrar el enigma de la esfinge y que los mercenarios reverencien casi a la doctora por saber la respuesta… pues no sé, no dice mucho sobre la capacidad del equipo enviado.

Además, las rencillas internas entre los habitantes de Insula Mirabilis son de lo más banal e infantil y la motivación de los actos de cada uno es, directamente, pueril. Quizá esta incursión de Vaughn en el mundo del LitRPG sea una oportunidad de escapismo para otros lectores, pero para mí es un experimento fallido, que no puedo recomendar para nada.